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El miedo al compromiso

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Me atrevería a asegurar que todos, en algún que otro momento de nuestra vida, hemos experimentado el miedo al compromiso. Ya sea antes de casarse, de firmar un contrato o de pedir una hipoteca. De cierta forma este sentimiento de aprehensión es normal ya que percibimos que, de alguna que otra manera, estamos coartando nuestra libertad. ¡Y es así! Usualmente cuando nos comprometemos con algo o alguien, estamos limitando nuestra libertad en algunos aspectos pero los beneficios (materiales en el caso de un puesto de trabajo o emocionales en el caso de la pareja) bien valen la pena.

Además, casi siempre el compromiso implica ir un paso más allá del círculo de comodidad que nos hemos construidos. El compromiso casi siempre implica un cambio y todos tenemos cierta resistencia al mismo. Sin embargo, existen personas que sobrepasan los niveles de temor considerados normales y casi llegan a sentir una verdadera “fobia al compromiso”.

Antes de seguir hablando sobre el compromiso con uno mismo, el compromiso personal,  os presento un cuento sobre el compromiso:

La princesa y la piedra

Cuenta una vieja leyenda mexicana, muy anterior a la gran emigración de los viejos padres al sur para fundar la gran ciudad de Tenochtitlán, que había un gran reino nauha cuyo rey no encontraba la felicidad completa. Esto se debía a que su hija primogénita no aceptaba a ninguno de sus pretendientes como futuro esposo. Izel, era el nombre de la princesa, que en azteca quiere decir “la única”, y su belleza estaba a la altura de tal calificativo. Tenía una hermosa piel morena, tostada por el dulce sol y una ondulada melena negra que hacían que sus hermosos ojos azules, tan azules como el gran mar en reposo, cautivaran a cualquiera que los mirase. Pero la princesa era infeliz, ya que, consciente de su belleza y de la inmensa riqueza de su padre, sabía que la innumerable sucesión de pretendientes que cada día llenaban el gran salón de palacio sólo buscaban llenar sus ansias de avaricia y lujuria.

Una mañana gris y oscura, en la que el sol no quiso salir, el rey nauha se dirigió serio a su hija y le dijo:

“Izel, querida niña, te quiero más que a nada en este mundo, y jamás haría nada que te hiciese infeliz, pero tenemos una obligación con nuestro pueblo. Tú puedes llegar a ser una gran reina, pero debes continuar nuestro linaje y para ello necesitas un esposo”.

“Lo sé padre, pero tú me has enseñado a vivir con amor, y lo que veo en los ojos de los hombres que piden mi mano es sólo un afán desmedido de poder y de fortuna.”

“Tendremos que buscar una solución” – respondió el anciano rey. Izel agachó la cabeza.

“Habrá que buscar la forma de conocer las verdades intenciones de tus pretendientes.” – La joven princesa miró a su padre con sorpresa.

“Publicaremos un edicto: cualquiera que quiera pedir tu mano, previamente te tendrá que enviar un regalo…”

“¿Un regalo?”

“Pero no un regalo cualquiera” – continuó el rey – “sino el regalo más valioso, más tierno y más sincero a la vez.”

Dicho y hecho. El edicto se público y el gran salón del palacio se vació de pretendientes, para llenarse de todo tipo de presentes: piedras preciosas, brillantes vasijas de oro, sortijas y collares, hermosos poemas de amor, flores y maravillosas obras de arte. Izel se paseaba entre ellos sin demasiado entusiasmo cuando uno acaparó su atención. Se trataba de una sucia y fea piedra, pequeña como una nuez. La princesa preguntó a sus sirvientes si se traba de un error, pero ellos, al consultar la relación de los regalos recibidos confirmaron que lo había enviado un tal Teotl, a quien ella ordenó llamar inmediatamente.

Izel estaba tan intrigada como ofendida por aquel regalo, cuando llegó a palacio aquel desconocido. Teotl, que en azteca quiere decir “energía”, era un joven campesino, alto y fuerte, de unos ojos negros y brillantes, que cuando se presentó ante la hermosa princesa lucía una amplia y sincera sonrisa.

“¿Por qué me habéis enviado este regalo tan horroroso? ¿Eso es lo que pensáis que me merezco?” – pregunto airada la princesa.

“Permitidme que os lo explique princesa, esta piedra representa lo más valioso que yo os puedo regalar: mi corazón. Es también un regalo sincero, ya que como todavía no os pertenece, aún está duro como una piedra. Pero cuando se llene de amor por vos se ablandará, y se convertirá también en el regalo más tierno que os pueda hacer.”

El joven Teotl se retiró tranquilamente dejando a la princesa asombrada y completamente enamorada de él. Desde aquel día, y durante meses, lzel le envío a diario maravillosos y carísimos regalos al joven campesino, y no se separaba ni un segundo de la negra piedra esperando que se ablandara. Pero el corazón Teotl, al igual que la pequeña roca, seguía duro.

El tiempo pasaba sin ninguna novedad, y la princesa completamente desanimada, rompió a llorar y arrojó la piedra al fuego. En ese momento vio como la piedra, al contacto con las llamas, comenzaba a deshacerse, y bajo las cenizas aparecía un pequeño, pero precioso corazón de oro. Y lo comprendió todo. Tenía que ser como el fuego, y aprender a separar lo importante de lo superfluo. Entonces tomó su caballo y galopó hasta la casa de Teotl, donde el campesino estaba trabajando sus tierras. Izel bajó del alazán, y miró con ternura los negros ojos del joven.

Se acercó a él y sin dejar de mirarle dijo:

“¿Damos un paseo?”

El joven dibujó en su cara una amplia y sincera sonrisa, y respondió: “Llevo meses esperándolo.”

La “fobia o miedo al compromiso” se llega a convertir en una actitud ante la vida, dando lugar a una persona que rehúye constantemente de sus responsabilidades y tiene pavor a comprometerse, lo mismo con una causa social que con una relación de pareja. En cierta medida, este tipo de actitud recelosa y conservadora está determinada por una educación demasiado protectiva y permisiva. Cuando la persona ha crecido disfrutando de una sensación de bienestar casi permanente a cambio de casi nada y con muy pocas obligaciones y restricciones; es muy probable que desee mantener este estado de cosas también en su adultez.

Por ello, muchos jóvenes de hoy en día vivencian un gran miedo al compromiso e incluso no desean hacerse responsables de su propia autonomía, ya sea física o emocional. Indudablemente, tener a otra persona que se haga responsable por ellos es mucho más cómodo que asumir las riendas de la vida, equivocarse y pagar por los errores.

Detrás del miedo al compromiso se esconde esencialmente una gran brecha entre las demandas del medio y los recursos psicológicos de la persona. Es decir, la persona que no desea comprometerse vivencia la situación como desbordante y no sabe cómo hacerle frente. Por ende, elige la solución más sencilla: escapar a su círculo de comodidad.

Quien teme al compromiso es esencialmente una persona insegura, que no confía en sus capacidades o que ni siquiera las conoce. Por supuesto, si toda la vida alguien ha resuelto los problemas por nosotros, ni siquiera sabremos que somos capaces de resolver una situación problemática.

Otra peculiaridad psicológica que caracteriza a la persona que no desea comprometerse es la falta de iniciativa y de coraje. Todos tenemos miedo al cambio, a comprometernos con ciertas situaciones y dudamos de nuestras potencialidades pero al final logramos vencer estas barreras. Sin embargo, quien tiene miedo al compromiso no es capaz de lanzarse en esa nueva aventura y prefiere quedarse con lo que ya conoce.

La mezcla de miedo al cambio y al fracaso, la inseguridad en las potencialidades personales, el escaso conocimiento de sí mismo y una actitud conservadora son los factores que se conjugan y se convierten en causas más o menos directas del miedo al compromiso, sea cual sea el ámbito en el cual este se manifieste.

Sin embargo, debemos recordar que el miedo al compromiso tarde o temprano se convierte en un obstáculo para lograr nuestro desarrollo como personas y para alcanzar nuestras metas y sueños. Todo objetivo que realmente vale la pena demanda grandes dosis de pasión y compromiso.

Así, el miedo a comprometerse al final se convierte en miedo a la vida.

2 comentarios en “El miedo al compromiso

  1. Lamentablemente es así, pasamos la vida desperdiciando nuestro potencial, por no tener confianza de lo que podríamos lograr si no nos paralizarán nuestros miedos.

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