El cerebro, sobre todo el de los niños, es dúctil y maleable. Esto quiere decir que las experiencias cambian la estructura del cerebro, por lo que es lógico pensar que mediante estas experiencias podemos “reconfigurarlo” para ser más sanos y felices. Además, debemos desarrollar los distintos elementos del cerebro por se parado, ejercitándolo a la menor oportunidad, y facilitar la integración entre esas partes.
Esta integración facilta la salud mental, que podemos definir como la capacidad de permanecer en un «río de bienestar». Debemos imaginarlos la vida como ir remando en piragua por un río. Se trata de un río con una orilla en la que reina el caos, es decir, el no control, y otra orilla en la que reina la rigidez, es decir, el control excesivo. Para, efectivamente, tener salud mental, hemos de remar por en medio de este río, sin acercarnos a los extremos, puesto que esto produciría un bloqueo de la integración.
¿En qué consiste la integración horizontal?
Muy fácil, tenemos dos hemisferios en nuestro cerebro, el cerebro izquierdo y el derecho, muy diferentes entre ellos. El hemisferio izquierdo es más racional, puesto que en él encontramos el orden, la lógica… se trata de un hemisferio literal y lingüístico, y basado en la relación causa-efecto. El hemisferio derecho, por su parte, tiene un carácter más intuitivo, holístico y no verbal. En él reinan las emociones y sensaciones, las imágenes, los gestos, los recuerdos personales. Está influido por el cuerpo y las zonas inferiores del cerebro (de las que se hablará más adelante), y predomina en niños pequeños (sobre los 3 años), para los que no existe lógica (de hecho, podemos ver la activación del cerebro izquierdo cuando empiezan a preguntar por qué), responsabilidad ni tiempo.
Pues bien, es muy importante que ambos hemisferios actúen conjuntamente (y de hecho el cerebro está diseñado para ello), puesto que si hay un claro dominio del hemisferio izquierdo, estaremos ante undesierto emocional, en el que se negarán las emociones y además se volverán demasiado literales (como ocurre sobre todo en los niños mayores); pero es que si hay un claro dominio del cerebro derecho, lo que encontraremos será un aluvión emocional, que tampoco es plato de buen gusto para nadie.
Para ayudar a los niños en esta integración horizontal (cuando vemos indicios de que está predominando un lado sobre el otro), podemos hablar de dos estrategias.
La primera estrategia se llama “Conecta y redirige“. Si el niño se encuentra ante un aluvión emocional de los que hemos mencionado previamente, lo primero que tenemos que hacer es conectar nuestro cerebro derecho con el del niño. ¿Cómo? Reconociendo sus sentimientos (“Estás frustrado, ¿verdad?“), utilizando señales no verbales, contacto físico… y sólo cuando se ha “conectado” emocionalmente y se ha recuperado el control, es posible “redirigir” con el lado izquierdo, es decir, empezar a tratar los problemas de manera racional, establecer límites y buscar una solución juntos.
La segunda estrategia se llama “Ponle nombre para domarlo“. La verdad es que es un nombre con gancho, aunque lo que quiere decir es que se han de contar historias. Por ejemplo, si un niño ha tenido una experiencia desagradable, le va a ayudar mucho contarlo para entender lo que ha ocurrido. De esta manera le dará sentido a su experiencia, de manera que sentirá que tiene mayor control sobre sí mismo. Eso sí, debemos respetar siempre cómo y cuándo quieren hablar, no obligando en ningún momento. Además, se ha de elegir un momento con el humor adecuado, que suele ser cuando está haciendo cualquier cosa que le distraiga. Seguro que alguna vez te has sentido muy mal y no has podido dejar de pensar en lo horrible que es todo, de manera que cada vez te sentías peor. Eso es porque se establece un circuito emocional que se retroalimenta en el hemisferio derecho. Ponerle nombre al sentimiento (haciendo actuar, por tanto al hemisferio izquierdo, que recordemos que es quien domina el lenguaje) reduce la actividad de ese circuito y por tanto ayuda a que el niño se sienta mejor. Con los niños más pequeños, tendremos que convertirnos nosotros en los narradores (preferiblemente con humor), y se recomiendan los libros caseros con dibujos con las propias experiencias para esta actividad.
La educación de los niños no consiste sólo en enseñarles a leer, a escribir o a contar. La parte más importante de la educación tiene que ver con las emociones. Porque escribir y leer es algo racional. Los sentimientos son intangibles y mucho más difíciles de comprender. Hablamos de emociones como la rabia, la ira, la soledad, la tristeza, la inseguridad, la tensión, el orgullo, el desamparo, los celos, la frustración…
Fuente: “El cerebro del niño. 12 estrategias revolucionarias para cultivar la menta en desarrollo de tu hijo“, de Daniel J. Siegel y Tina Payne Bryson.